Me siento a observarme y no entiendo la mitad de lo que hago, todo lo que pienso entra en conflicto con mis actos. ¿A qué viene esta constante necesidad de pensar en ti? Si tiemblo de miedo cuando me doy cuenta de la ternura que despiertas en mí. Hace falta que me centre en distracciones, que borre las sensaciones, que me sumerja en un simple estado de ser-estar, sin sentimientos, sin emociones; tan simple y llanamente como existir, y punto. Claro que me cuesta trabajo hacerlo -alejarme de mi humanidad, o al menos, de lo que se entiende como la humanidad de las personas hoy en día-, pero qué te voy a decir, la época de kamikaze ya ha alzado el vuelo. Y quizá, si se mira desde la óptica de alguien menos resentido, lo que estoy haciendo es abocarme a un mundo frío, condenada a vagar entre el tibio sabor de las pieles y a resistirme, cada vez con más fuerza, al cariño que inunde mi corazón de vez en cuando. Quizá todo será un infierno vacío, un ancho universo gris y aburrido, cansadamente infinito, un pedazo de tierra dónde estaré obligada a residir sin atreverme a lanzarme, a enamorarme otra vez -porque sí, estoy hablando de amor, de ése amor egoísta que según dicen hace girar la Tierra y te descubre las mil maravillas de un solo paisaje, y te hace anhelar más que nada una sonrisa, el brillo de sus ojos, unas palabras dulces al oído...-, pero yo le veo el vaso medio vacío al amor, le veo el rostro más horrendo, la crueldad, el egoísmo hasta los topes, yo veo el dolor, el abandono, la tristeza, la necesidad, la máscara que llora colgada en la pared del teatro. Y si tengo que quedarme con la nada o el dolor, prefiero la anestesia, que el sufrimiento ya me ha quemado -lo recuerdo demasiado bien.
Y todo esto ¿a qué viene? Pues otra vez ignoro por qué me confundo y me engaño -¿a posta tal vez?-; quizá para recordarme que toda ternura es capaz de destrozar, y no estoy muy segura de ser un Fénix para toda la eternidad.
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